jueves, 30 de abril de 2009

A Javier Ortiz*

Dos de los mejores textos del periodista Javier Ortiz son los Exilios (http://www.javierortiz.net/jor/apuntes/exilios y http://www.javierortiz.net/jor/apuntes/exilios-y-2 ).
En ellos habla de la traición de los ideales propios en una sociedad que los tienta continuamente. Confesó, a lo largo de estos y muchos otros escritos, que no se sentía parte de un mundo acomodado, hipócrita y codicioso, y que él prefería refugiarse en algunos exilios que le servían para tomar aire y rebelarse ante la claudicación constante de una modelo de vida torpe y sin sentido.

Javier ha muerto a los 61 años, a una edad en la que todavía podía sentirse joven. Fue siempre deslumbrante la lucidez de sus artículos, la franqueza de su palabra, y la risa franca que abría paso a una conversación dulce y sincera. Él se consideraba antipático e impertinente, pero una mirada bondadosa y perspicaz fue de antemano su carta de presentación, y a pesar de los golpes que le deparó el discurrir del tiempo, mantuvo siempre una mente abierta, y una predisposición gentil y atenta para aquellos que pudimos conocerle.

Fue sobre todo, una curiosidad humilde y tierna, que fió siempre a su intuición, la que le acompañó en sus quehaceres, en sus charlas, en su forma de escuchar, en las veladas que compartió con amigos. Apreció encuentros que estimaba como únicos. “Nada de tomar un café para vernos, Ana”, me decía. “Una comida con su sobremesa”.

Por eso llegó a conocer tanto y a tanta gente. Precisamente porque valoró la oportunidad de vivir cada día, no le servían ni lecturas apresuradas, ni reuniones surgidas en el apremio, ni escritos que tuvieran la impronta de la urgencia. Se dedicaba con voluntad a lo que tenía o quería hacer, y aquello pasaba a ser su prioridad. Su entrega y dedicación a la escritura de bellos artículos nunca fue una excusa para no poner el dedo en la llaga, como él decía. Denunció con nombres, señaló el absurdo de un sistema político y social envilecido, y jamás tuvo la tentación de acomodar sus principios en posiciones más dóciles, que habrían procurado embaucarle con réditos fascinantes y que habrían recibido sólo un rechazo visceral como respuesta.

El segundo Exilio que escribió termina así: “Discutí muchas veces con [el juez] Joaquín Navarro, porque éramos bordes de diferente tipo (aunque, eso sí, bordes los dos). Pero él siempre entendió que hubiera convertido en máxima suprema de mi vida lo que Jorge Oteiza me dijo cuando yo era tan sólo un crío rabioso: «Nunca malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda».
Él no lo hizo.
Espero estar en condiciones de acudir a mi propia tumba con el mismo timbre de gloria”.

A fe que así lo ha hecho.

*Publicado por el sitio original de Javier Ortiz el 15 de mayo de 2009.

Primeras horas en Argentina


Buenos Aires habla. Se expresa a través de pintadas en sus paredes o en el suelo, apuntando con sorna desde al alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, hasta a los bancos como el de Santander. Estamos en otoño, pero una temperatura media de 27 grados vuelve fatigoso cualquier paseo prolongado, cualquier descanso al sol. El cielo se abre discreto entre grandes edificios y amplias avenidas salpicadas de árboles. El ajetreo en las calles se encarga de darle el resto de vida a la ciudad. Una existencia que apremia, que exige hacer de cualquier apetencia un oficio. Se ofrecen cafés en carritos ambulantes, los quioscos venden cualquier pedazo de lectura que pueda resultar de interés al viandante, y muchos de los que forman parte del gentío son paseadores de perros, o vendedores de cosas insólitas que sólo deben llamar la atención, y provocar, aunque sea, cierto deseo superfluo. No siempre es tanto la apetencia como la pena la que empuja a comprar.

El favor está dispuesto a ofrecerse en cada esquina, como también la conversación casual. Pero no todo es amigable. En un locutorio, tuvo lugar una pelea que hubiera sido llevada hasta las máximas consecuencias. Se acercó al mostrador una mujer peruana para pagar. “13 pesos (3 euros)”, contestó el chico de la caja. La señora le anunció sin muchos rodeos que no pensaba pagar semejante cifra. Ella quería llamar a un fijo y no costaba tanto. “Sí, señora”, respondió el joven. “Pero ud. ha llamado a un celular, y son 13 pesos”. La mujer se encrispó. “Yo he dicho que iba a llamar a un fijo, así que era su obligación avisarme”. Se enzarzaron en una discusión que el chico atajó en un momento dado: “O paga, o llamo a un agente”. La mujer se plantó delante de él, con los brazos cruzados. “Pues llame, que no me voy. Pero tampoco pago”.

El policía llegó en un suspiro. Una vez explicada la situación, el gendarme se aproximó a la señora. “Ud. paga”. “Ya le digo yo que no”, le desafiaba ella. El hombre se puso nervioso y se encaró con la mujer: “O paga, o nos vamos a comisaría”. La mujer ya habría podido perder todo un día con esa gestión, que le merecía mucho más la pena que aceptar el consumo de su llamada. “Pues nos vamos a comisaría”, dijo ella, “porque es indignante cómo nos tratan en este país. Vengan uds. al nuestro, a ver si pasaría eso”. Y mientras se disponía a elaborar un soliloquio sobre el racismo que podría haber pasado a la historia, el policía se acercó aún más a ella levantando la voz. La mujer, ante ese oficial amenazante, gritó aún más alto. El oficial perdió los nervios. “¡¡Que se calle!!”, le espetó, dando un paso hacia adelante. La mujer, ante la violación de su espacio vital, optó por dar a su vez uno atrás, pero con alarido de por medio: “¡¡Que no me grite ud!!”, chilló. Y como acto de valor empujó al oficial, que no dejaba de arrinconarla. El policía dejó de ser policía y se convirtió en un animal rabioso: “¡¡¡No se atreva a tocarme!!!”, fue su grito enloquecido.

Hubieran acabado a golpes, como mínimo. Pero en ese momento intercedió un hombre que anunció que él pagaría la deuda en disputa. Puso los 13 pesos a disposición del dependiente y sin torcer el gesto se dirigió a ambos, metiéndose en medio y empujando afectuosamente a la señora a la puerta. La mujer, ante aquel gesto ajeno, olvidó la indignación de un pago injusto que sólo reclamaba para ella, y salió todavía rezongando sobre Argentina y el trato que de sus habitantes se podía esperar. Pero la última en hablar no fue ella. El policía miraba cómo se alejaba, comentando: “Si es que además siempre son los mismos, siempre peruanos”. Y el chico de la caja todavía se disculpaba con los clientes: “De éstas, tenemos una por semana”. Y se encogía de hombros, como si fuera cosa inevitable enfrentarse a caraduras respondonas de vez en cuando.

miércoles, 8 de abril de 2009

Terremoto anticipado*

Se llama Giampaolo Giuliani, y trabaja en el Instituto Nacional de Física Nuclear de Gran Sasso en Italia. Inventor de un sistema para prever terremotos, advirtió que el 29 de marzo la región del Abruzzo sería golpeada por un terremoto “desastroso”. No se equivocó de zona, solo de fecha. El 6 de abril se cumplía su advertencia. Por ahora, el terremoto que ha golpeado 26 municipios de Italia ha dejado tras de sí más de 200 muertos, y 70.000 personas sin techo.


Giulani justificaba su alarma dado el aumento de gas randon que había observado en áreas sísmicamente activas. El randon es un gas radioactivo que se libera del subsuelo cuando se activan las fallas, de modo que el gas encuentra una vía de fuga para salir. El 31 de marzo, cuando el aviso de Giuliani no se había cumplido, el jefe de Protección Civil, Guido Bertolaso, lo denunció por provocar el pánico, y se refirió a él como “aquel imbécil que se divierte difundiendo noticias falsas”.

Ahora, después de haberse desencadenado una tragedia que había intentado prevenir, Giuliani ha concedido varias entrevistas a algunos medios de comunicación italianos, pero sin ningún aire de triunfo. “Existe el riesgo de que mañana me metan en la cárcel”, dice, “pero lo confirmo: no es verdad, es falso, que los terremotos no se puedan prever”. Porque lo que él defiende es que el suyo no ha sido un vaticinio alegre sin evidencias, sino una predicción científica.


Él, a fin de cuentas, también ha sido evacuado de su casa tras el terremoto. “Esta noche”, señalaba el mismo 6 de abril, “mi sismógrafo denunció una fuerte sacudida (…) No sabía a quién dirigirme, veía que se estaba precipitando la situación y no podía hacer nada, porque había recibido una notificación sobre un proceso judicial en mi contra al haber dicho que iba a tener lugar un terremoto”. No se olvida por eso de los que le insultaron: “Estos científicos canónicos... ellos saben que los terremotos pueden ser previstos”.

Como si las inquietudes del investigador italiano todavía no se hubieran materializado en una catástrofe que tendrá convulsionada a Italia por largas semanas, el jefe de Protección Civil repetía después del seísmo, junto al primer ministro Berlusconi, que no existe ninguna posibilidad de hacer previsiones. “Esto está avalado por la comunidad científica”.

A todo ello se añade el hecho de que en la región venían repitiéndose algunos temblores desde mitad de febrero. Al parecer, las autoridades locales estaban sobre aviso, pero aún así decidieron tomar por disparates las declaraciones de Giulani. Por eso este científico italiano, que vive en la región del Aquila, vive hoy con especial rabia toda la destrucción que ha provocado el terremoto. “Hay personas que me tienen que pedir perdón y que tendrán en la conciencia el peso de lo que ha sucedido”.

No muchos compañeros de profesión se han puesto de su lado. Basta como ejemplo lo que ha dicho el director del Instituto Nacional de Física Nuclear en Italia, que, lejos de considerarle un investigador, ha definido a Giuliani como un técnico que peca de ingenuidad. Como respuesta, surge el dicho popular: “Más vale un ‘por si acaso”, que un “quién lo diría”.

*Artículo escrito para el diario público El Telégrafo (Ecuador).

Despidos indiscriminados y a voleo: la nueva política que impulsa el Gobierno de Argentina*

 No hubo una evaluación de su desempeño, ni un aviso de advertencia. Carolina Salvatore, una empleada de la Secretaría de Educación de Arge...