miércoles, 14 de octubre de 2009

Entrevista a Atilio Borón: "El colonialismo es una cosa monstruosa"*

Hace apenas dos meses que fue publicado Crisis civilizatoria y agonía del capitalismo, el último libro del sociólogo argentino Atilio Borón que tuvo como inspiración nada menos que una larga charla mantenida con Fidel Castro. Así es Borón, uno de los investigadores más reconocidos de América Latina, que a lo largo de su vida ha podido acercarse a las personalidades que han hecho y siguen haciendo historia. En la entrevista que sigue, el además director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia de Ciencias Sociales (PLED) desgrana aspectos no tan conocidos del particular momento que vive el continente ante el golpe de Estado de Honduras.

—¿Qué papel representa Brasil ante la crisis de Honduras?—

Brasil ha cambiado de postura. Por algo Zelaya se ha refugiado en la embajada brasileña. Siempre fue un país sumamente cauteloso y su presencia dentro de América Latina nunca llegó a ser demasiado descollante, debido a que primaba la idea de que era diferente. Pero últimamente ha recibido algunos bofetones que lo han hecho espabilar un poco.

—¿Cuáles?—

De entrada, que Estados Unidos activa la cuarta flota, que llevaba 50 años durmiendo, a las pocas semanas de que Brasil anuncie que tiene enormes yacimientos de petróleo en alta mar, fuera de San Pablo. Brasil se dio cuenta de que la orientación que le imprimió a su política exterior era equivocada. En marzo de 2007 Lula firmó con Bush un acuerdo especial de cooperación en producción de biocombustibles. Brasil se confió mucho en eso, y sin embargo los norteamericanos ya habían mandado señales que la cancillería brasileña no entendió.

—¿A qué se refiere?—

Brasil ya había recibido indicios que no decodificaron adecuadamente. Por ejemplo, cuando Estados Unidos adquirió los derechos para movilizar sus tropas en la base paraguaya de Mariscal Estigarribia, que está sobre el Chaco paraguayo, cerca de la frontera con Bolivia. Y también se quedó dormido cuando un tiempo antes Paraguay había consentido instalar una base de operaciones de la DEA (la Agencia Antidrogas de Estados Unidos), que en realidad es una base militar disfrazada, lo cual suponía una clara amenaza. Estaba a 100 metros de la frontera brasileña.

—¿Por qué entonces crear una alianza con Estados Unidos?—

Brasil se distrajo porque habían apostado a que Estados Unidos facilitaría su ingreso al Consejo de Seguridad de la ONU con un puesto permanente. Eso les hizo tragar el anzuelo, y de repente se dieron cuenta de que la cuestión no era así.

—¿Qué hizo despertar a Brasil?—

El mazazo final han sido las siete bases que se instalarán en Colombia. Ahí Brasil se da cuenta de que, sin haberse percatado de nada, tiene dos bases militares al sur de Brasil, siete en el Norte, y para colmo de males en las últimas semanas Sarkozy está negociando con Obama la concesión de la base que tienen los franceses en Cayena, en la Guayana francesa. Brasil queda totalmente rodeado.

—¿Qué intereses se esconden detrás?—

La proyección de la influencia militar norteamericana se explica porque sus estrategas consideran la Amazonía un territorio de acceso universal. Jamás lo van a decir así públicamente, pero yo he visto los textos y los manuales de estudio de los militares norteamericanos, en donde aparece la Amazonía pintada de un color diferente al resto de Brasil.

—¿Qué significa el activismo brasileño con Honduras?

Es un modo de reposicionarse, de tratar de controlar la influencia norteamericana, de evitar que se instauren gobiernos títeres de Estados Unidos en América Latina porque son ahora vistos como una amenaza a la seguridad nacional. En buena hora ha sucedido, pero se despertaron un poco tarde.

—¿Hay de fondo una competencia entre Brasil y Estados Unidos?—

No creo, porque Brasil siempre ha sido sumamente conservador. Brasil no es un foco de propagación de propuestas progresistas y de izquierdas sino un foco de moderación en el contexto de la adopción de un modelo económico sumamente ortodoxo y neoliberal.

Honduras

—¿A quién sorprendió que Zelaya llegara de repente al país?—

No me cabe ninguna duda de que a la OEA (Organización de Estados Americanos). A quien no le toma por sorpresa es a Lula, aunque lo ha negado porque era lo último que podía decir ante la comunidad internacional. Probablemente Brasil habría informado a Obama un rato antes de que Zelaya llegara a la embajada brasileña.

—¿Por qué iban a avisar al presidente estadounidense?—

Porque Lula no quiere indisponerse con Estados Unidos, y hubiera sido un gesto feo que Obama se enterara por los diarios.

—¿A Estados Unidos hay que darle explicaciones y al resto de los países de América Latina no?—

Sí. Somos colonias desde hace cinco siglos.

—¿No estábamos en un proceso de independencia?—

Acá hemos cambiado de amos. Se han ido los españoles y portugueses y han venido ellos. Estamos muy sometidos a la influencia, al predominio y a la dominación norteamericana. Lo peor de todo es que la dominación la tenemos internamente. El colonialismo mental es una cosa monstruosa.

—¿Y en qué queda el papel de la ONU ante el golpe de Estado hondureño?—

No tiene ningún papel relevante en la política mundial, como tampoco en América Latina.

—¿Ni siquiera la Asamblea General?—

Ellos emiten buenas declaraciones que firmamos todos. La hegemonía norteamericana ha sido tan fuerte, sobre todo después del derrumbe de la Unión Soviética, que la ONU se ha transformado en un organismo retórico discursivo. Nada más, no tiene ninguna capacidad efectiva de intervención.

—¿Estados Unidos está ayudando a que se resuelva la crisis en Honduras?—

Hasta ahora no. Estados Unidos podía haber ayudado de una manera decisiva. Obama se queja: “Ustedes no querían que interviniera antes y ahora quieren que lo haga”. Está equivocado. Estados Unidos ha intervenido permanentemente en Honduras. Desde 1903 hay una intromisión muy fuerte de carácter militar. Y la influencia venía desde antes. En la década de los ‘80 hubo una restructuración integral del Estado y las Fuerzas Armadas hondureñas bajo la directa vigilancia de Estados Unidos. Allí tenía un embajador sumamente poderoso, que era John Negroponte, que fue quien organizó el Ejército, el que armó las bases en Palmerola, y el que organizó también los grupos de choque y de tareas –los paramilitares que mataron a tanta gente. Honduras tiene el ejército más completamente dominado por el Comando Sur de toda América Latina.

—¿Entonces qué podría hacer Estados Unidos?—

Que deje de intervenir de una vez. Que saque a su embajador de Honduras y deje Honduras en la más absoluta soledad. Que amenace con bloquear los fondos de los hondureños residentes en Estados Unidos, los que mandan remesas a Honduras. Y que congele las cuentas de algunos capitostes de Honduras hasta que no se aclare la situación. Así el régimen se caería en 24 horas.

—¿Por qué Obama no lo hace?—

Porque no controla el aparato estatal de Estados Unidos. Tanto es así que cuando él decide que se paren los juicios a los detenidos en Guantánamo, estos no le prestan atención y siguen con los juicios. Obama no controla ni al Pentágono –cuyo Secretario de Defensa viene de la época de Bush–, y mucho menos a su acérrima enemiga, hasta la resolución de las elecciones internas, que es Hillary Clinton. Es más: algunos mal pensados dicen que a Hillary le conviene el deterioro de Obama porque ella sería la candidata demócrata en caso de que este hombre acabara mal sus días. Podría tener un buen peso.

—¿Zelaya debería aceptar el Acuerdo de San José propuesto desde un inicio por el presidente costarricense, Óscar Arias?—

Tal y como están las cosas, hoy no tiene mucho sentido. Se ha modificado mucho la situación. Con el ingreso de Zelaya a Honduras lo que hay que hacer es que la OEA termine de dar el empujón final para que caiga Micheletti, se restituya a Zelaya en el cargo, y a partir de ahí se reorganice el organigrama electoral.

—¿Qué salidas contempla?—

Espero que se reinstaure a Zelaya en la presidencia, porque es el único presidente legítimo que tiene ese país. Y a partir de ahí creo que tendría que haber una discusión sobre la reforma constitucional. Habría que discutir el castigo a los culpables del movimiento sedicioso, porque si salen impunes, dentro de tres meses tenemos otro golpe. Y por último, tendrían que postergarse las elecciones y dar más atención a lo que se viene, que es la conformación de un amplio movimiento social y político de apoyo a Zelaya, en un país donde eso, antes, no existía.

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