No soy yo quien ha decidido abrir este blog por inspiración propia. Pero como periodista, parece poco hábil dificultar una localización que en mi profesión se vuelve imprescindible. Esto se vuelve más urgente si el aprendizaje exige otros horizontes y la actitud de búsqueda te proyecta hacia otros países.
Precisamente por eso acabé en Ecuador. Escribo el día en el que se ha celebrado el referéndum nacional por el que se sometía a aprobación la Constitución que impulsó el presidente del país, Rafael Correa. Las estimaciones no oficiales hablan de un apoyo cercano al 70%, lo que en primer lugar supone un varapalo para una oligarquía anquilosada en el país que no veía con buenos ojos una Carta Magna que declara la distribución igualitaria de los medios de producción, una protección del Estado a pequeños y medianos productores o una serie de derechos como seguridad social, educación gratuita y obligatoria o una naturaleza que se erige como sujeto de derechos.
La desigualdad en Ecuador es alarmante. Niños de cuatro años se pasean de noche, solos, por una de las zonas turísticas de Quito para vender caramelos y otras chucherías que suelen interesar poco. Sueldos de 200-300 dólares no dan para vivir, sobre todo si hay que sacar una familia adelante y los precios de los alimentos siguen subiendo a precios que se equiparan a los de España. No hay presencia estatal, no hay seguridad, no hay cobertura de ningún tipo que te ampare si te vienes con todo abajo.
La nueva Constitución 2008, que no ha estado exenta de cierta polémica durante su creación, quiere garantizar derechos sociales que en Europa se dan por descontado. Los más acérrimos críticos de este proceso llegaron a argumentar que era una locura que el Estado se comprometiera a asegurar “ese tipo de cosas”. Así de despectivo, así de indolente. Como si asegurar una vida digna a cada ecuatoriano no fuera el primer empeño a alcanzar en un país con extremas desigualdades, sino un privilegio que cada uno tenía que buscarse por su propia vía.
A falta de una oposición vigorosa en un país que ha echado del poder a tres presidentes en menos de 10 años, los medios de comunicación, en más de un 90% privados, decidieron que asumirían ese papel. Y a fe que lo hicieron. Hasta el último día insistieron en el peligro de una Constitución abortista, ilusa y que incluso se atrevía a mencionar a Dios antes que a la Pachamama (Madre Tierra).
Durante estos diez meses en Ecuador, que ahora culminan, me he dedicado a la crítica de la prensa ecuatoriana. Lo que más me ha llamado la atención es que prácticamente todos se alejarondel apoyo previsible al proyecto de Rafael Correa, y se empecinaron ad nauseam en denostar una tendencia política que desde noviembre de 2006 le ha dado en diferentes elecciones su confianza al actual presidente de la República.
Así nos encontramos en esta fecha histórica en el país: una nueva Constitución en vigencia ha establecido un marco jurídico que apuesta con todo su aliento por el socialismo del siglo XXI en el sentido más genuino que defiende el sociólogo alemán Heinz Dieterich. Los resultados no se verán a corto plazo. Pero siempre será de agradecer que por fin existan los principios básicos que aspiran a un Ecuador más justo. No hay como haber vivido aquí para darse cuenta de que hay cambios que no pueden esperar. Sobre todo si estamos hablando de gente que hasta ahora vivía en un sistema satisfecho de sí, que no ofrecía otra cosa que un futuro igual al presente.
Hoy, en definitiva, puede haber comenzado un nuevo mañana. Aquí estaremos para verificarlo.
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