“Si uno considera al ser humano como una entidad filosófica, espiritual y religiosa, el hombre no avanzó absolutamente nada. Pero si lo considera como un objeto económico, entonces sí, avanzó de una manera increíble”. La frase pertenece a Ricardo Skovgaard, autor de El encubrimiento de América, un libro en el que, tras cinco años de investigación, se devela el pasado oculto de un continente al que le fueron arrebatados sus orígenes. Skovgaard, economista, no sólo rescata las voces silenciadas de los verdaderos cronistas de América. También induce a una reflexión sobre cómo la ideología occidental se ha impuesto en la manera actual de comprender y actuar en el mundo.
–¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
–Esta historia comenzó en 1979, cuando conocí Teotihuacán, en la ciudad de México. Me acompañaba un guía que era más indio que mestizo, y él me contó su historia, pero sólo con el tiempo me di cuenta de que estaba plagada de errores. Allí se conoce como la “calle del Muerto” a la que une la pirámide del Sol con la de la Luna, y explican que se llama así porque la recorrían los que iban a ser sacrificados. En realidad, nunca existieron sacrificios en Teotihuacán.
–¿Qué le permitió descubrir ese viaje?
–Mi ignorancia sobre que existieran manifestaciones culturales como Teotihuacán. La educación que había tenido me decía que América, prácticamente, no había existido antes de la llegada del europeo. Así nació la idea de entender cómo funcionan los mecanismos de pensamiento y cuáles son las influencias ideológicas que tenemos para llegar a determinadas situaciones, en la que tenemos una percepción completamente distinta de lo que la realidad nos muestra.
–¿Bajo qué parámetros se ha creado nuestro modo de ver el mundo?
–Estamos influenciados por cinco grandes ideologías: la filosofía helénica, el dogma cristiano, el racionalismo, el capitalismo liberal, y de todo ello surge el quinto elemento, que es la historia, en la cual estas corrientes de pensamiento terminan siendo exacerbadas mientras que sus efectos adversos son minimizados.
–¿Qué seguridad tiene de que ha logrado acceder a la verdadera historia?
–El libro tiene un contenido de ironía un poco a propósito, porque también creemos que la historia es una ciencia, y como tal, es indiscutible. No hay historia que no sea subjetiva. Todo depende de quien la interprete, de su circunstancia ideológica y del tiempo en el que vive. En algunos capítulos, el libro se remonta a épocas de hace más de 500 años, y sin embargo está escrito por la mentalidad de una persona del siglo XXI. Por eso quise ser riguroso. Seguí el método científico de acuerdo con la mirada de los primeros cronistas y de quienes generaron un movimiento americanista en aquel momento, que fueron tres o cuatro nativos que escribieron su versión de los hechos. Yo tomé la voz de los vencidos y la de los primeros cronistas. Ninguna de ellas está en ningún libro de historia.
–¿En qué se diferencian los conquistadores que llegaron a América de los que ya estaban allí?
–Los motivaba exactamente lo mismo. Uno tendría que preguntarse si la historia tiene un hilo que vaya conduciendo las cosas a lo largo del tiempo. Para mí la historia tiene un comportamiento que va hilvanando todos los sucesos a lo largo del tiempo, que es el espíritu del otro. En ese sentido, Atahualpa y Pizarro no se distinguían en nada. Pero sí se diferenciaban en los métodos. El amerindio era integrador, y el occidental era excluyente.
–¿Qué conclusiones pueden extraerse de esto?
–América es el ejemplo de la mayor oportunidad perdida en la historia universal. Si Atahualpa y Pizarro se hubieran unido, estaríamos viviendo una sociedad completamente distinta. Pero lo que se hizo fue excluir a uno por el otro. Lo que se impuso fue sólo la ideología europea.
–¿No hay ningún matiz que pueda dignificar nuestra cultura?
–Sí, son matices que vienen del principio de la causa, que es la base de la racionalidad. Pero son sólo matices. Todo nuestro comportamiento es causa-efecto. Como sociedad, estamos motivados por situaciones económicas. Como individuos, nos manejamos por otros valores.
–¿En qué hubiera cambiado la historia de no haberse impuesto la civilización occidental?
–En que ésta hubiera sido una sociedad mucho más comprensiva. No hubiéramos llegado a este final de la historia que auguro en los próximos 50 años, porque estas ideologías se nos han terminado escapándose de las manos. Hemos llegado a tres situaciones límites: una madre Tierra que reacciona contra el hijo que lo cobijó; la posibilidad de que el hombre se autoelimine por el manejo de armas nucleares, que responden siempre a la dominación del otro, pero que pueden hacer extinguir cualquier manifestación de vida sobre la Tierra; y que a raíz de la superpoblación y la forma en que vivimos, cualquier mutación de una enfermedad sea posible, y que la Tierra ajuste por el lado de una pandemia como una de las posibilidades más altas. Es el fenómeno de la modernidad. Se dan simples mutaciones por condiciones que antes no existían.
–Entonces, ¿por qué es tan importante recuperar el pasado?
–Habría que preguntarse para qué sirve la historia. Nosotros somos producto de ella, y hoy estamos haciendo la historia del futuro. Si fuera como dijo Hegel, que uno va acumulando sabiduría a lo largo del tiempo, no estaríamos hablando del fin de la historia. La que conocemos no es justamente la historia de los ensayos y los errores, sino la de las interpretaciones ideológicas. Por eso sirve recuperar la historia. Y por eso este libro termina con una visión del futuro, de la historia y de la proyección de lo que era la ideología americana antes de la conquista.
–Usted dice en su libro que el dogma ideológico que hoy impera no es sólo la pérdida del saber sino el sesgo que ese conocimiento previo implica en la historia posterior. ¿Hay fisuras en eso?
–No. Tenemos una percepción limitada de la historia y de la realidad. Por lo tanto, cualquier cosa que construyamos como argumento sobre ella va a ser siempre limitado. Seguimos desconociendo el origen de la vida. Seguimos sin saber qué es la prehistoria. Seguimos teorizando de la deriva de los continentes. Desconocemos qué es la mecánica cuántica, aunque aparentemente existe. Nos siguen faltando partes. Los cimientos no son tan sólidos como pensábamos. Pero intelectualmente uno se puede convencer de que sí lo sean.
–¿Cuáles el mayor engaño que se puede palpar en la sociedad actual?
–El sistema económico. La creencia de que el dinero tiene valor.
* Entrevista publicada en el periódico Argentino Crítica
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