Fue una jornada histórica para
Argentina. Para su presidenta, Cristina Fernández, el día de ayer
fue a su vez muy emotivo por la entremezcla de pasado, presente y
futuro que entrañaba su reasunción como jefa de Estado.
Vestida todavía de luto, y escoltada
por su nuevo vicepresidente Amado Boudou, la mandataria juró su
cargo por Dios, por la patria, “y por él”, en lo que ya es una
alusión habitual a su antecesor y difunto marido Néstor Kirchner.
En su discurso ante la Asamblea Legislativa, la presidenta recordó
la crisis que ahora tiene a Europa de rodillas, y destacó que si
Argentina, que ya sufrió su debacle en 2001, ha sabido sortearla, es
porque “nosotros no gobernamos con metas de crecimiento financiero,
sino de trabajo y de empleo”.
Cristina Fernández atribuyó el
progreso de su país a la industrialización, a la inversión social,
al aumento de las exportaciones y a una integración regional que
mira hacia el Sur. La presidenta también quiso reclamar a la
Justicia, en el Día Internacional de los Derechos Humanos, que
acelerara los juicios contra los represores de la dictadura
(1976-1983) para que “el próximo presidente que asuma no tenga que
volver a mencionar esta parte del discurso” y así “hayamos
podido dar vuelta por fin a una página tan triste de nuestra
historia”.
Los actos de conmemoración, a los que
acudieron varios dirigentes latinoamericanos, se trasladaron más
tarde a la Casa Rosada [el palacio de Gobierno], donde la presidenta
tomó juramento a su gabinete, que sólo cambia en tres ministros.
Antes, durante y después, muy multitudinaria fue la fiesta en las
calles del centro de Buenos Aires.
Celebración
Este sábado fue, en definitiva, un día
especial para una nación que ha consagrado a Cristina Fernández no
sólo como la primera mujer electa presidenta, sino también como la
primera mandataria del continente americano que consigue ser
reelegida. Con el 54% de los votos en los comicios del pasado 23
octubre, Fernández es también la gobernante que más apoyo
electoral recibe desde el retorno de la democracia en 1983, y también
desde esa fecha, es la primera vez que un mismo proyecto político se
sostiene en el Gobierno por tercera vez consecutiva.
La presidenta dice haber encabezado el
mayor periodo de crecimiento que ha tenido Argentina en sus 200 años
de historia gracias, en gran parte, al modelo político que instauró
Néstor Kirchner en 2003. Por aquel entonces Argentina apenas se
sostenía en pie, malherida como estaba por la crisis de 2001-2002.
Ocho años más tarde, y con cierta
confianza sobre sus perspectivas de desarrollo, el país es también
consciente de que debe esquivar una crisis internacional muy dañina,
y de que en ese contexto, su economía puede salir mal parada al
depender todavía de la exportación de productos primarios como la
soja.
Por eso la presidenta no perdió tiempo
en comenzar su tercer mandato: ya decretó la restricción en la
compra de dólares y ahora está reduciendo, de manera progresiva y
para los sectores más acomodados, los subsidios a la electricidad,
el gas y el agua, que mantenían los precios de hace una década. El
objetivo ahora es impulsar una nueva ley de tierras que controle la
tenencia extranjera y una legislación penal tributaria que evite la
evasión fiscal.
Éste es parte del “proyecto nacional
y popular” que identifican con el kirchnerismo, pero que es más
que nunca cristinista.
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