Puede leerse en la prensa que hoy ha sido emitido en las televisiones estadounidenses, en horario de máxima audiencia, un anuncio que dirige Barack Obama al país. Más que un breve episodio publicitario, ha sido un documental de media hora. Pero propaganda a pesar de todo.
El hilo conductor lo marcaban las historias de cuatro ciudadanos comunes que relataban las dificultades por las que pasaban, para que a continuación el candidato a la presidencia estableciera sus propuestas. Entre medias no faltaban declaraciones de personajes públicos en donde mostraban su apoyo y confianza al senador de Illinois.
El publirreportaje es excelente en cuanto que es fácil caer en la dinámica. Narración triste de un estadounidense en problemas, música emotiva de fondo, y Obama que aparecía para ofrecer la receta salvadora. El documental trata de ser enternecedor sin apenas disimulo: es aquí cuando aparece la historia personal de Obama, las fotos de cuando era un niño, de adolescente, más tarde de joven; la narración, entre tanto, se preocupa de las vicisitudes que vivió, como si todos estos datos fueran a ser la impronta que hace a un presidente mejor que a otro.
Durante la media hora de emisión es casi inevitable admirar el porte de Obama en su despacho, la elocuencia y naturalidad con la que se expresa, la espontaneidad de su gesticulación y la sencillez de los ademanes con que trata de conquistar a la audiencia. Es casi irremediable, a su vez, no quedarse prendado de las imágenes que muestran a este candidato afroamericano con tanto carisma en un despacho que podría semejar al de Bush. Comparación forzosa, ganador por oleada.
Que inspira simpatía, sin duda. Que parece un buen hombre, pues también. El problema es dar estos supuestos como verdaderos, en primer lugar. Y luego contentarse con que esas sean las condiciones para ser un presidente, y que sean además lo que trata de explotar el marketing que le rodea.
McCain lo tiene más difícil. No tiene desenvoltura, es muy mayor, sus últimas intervenciones no han hecho más que perjudicarle, y las compañías que le siguen en esta búsqueda de la presidencia tampoco le dejan muy bien parado. Sirva esto de comienzo sin necesidad de entrar en el pasado turbulento de este veterano de guerra.
Lo que más asombra de todo este proceso electoral, lo que se ve como una cosa admirable en sí, como un progreso, es que un negro pueda ser el dirigente de Estados Unidos. Se cae así en el mismo juego de lo que sorprende, es decir: plantear como extraordinario que un hombre con un color distinto al del hombre caucásico pueda llegar al edificio presidencial, que para más recochineo se llama Casa Blanca.
Pero esto sigue siendo imagen. El publirreportaje emitido en Estados Unidos lo que hace es descubrir que el “cambio” proclamado por Obama es en realidad un conjunto de parches que no cuestiona el sistema que ha conducido a la pobreza a 36,5 millones de personas. Por ejemplo: Obama, conmovido con la crisis que afecta a sus conciudadanos, propone reducir los impuestos a todas las familias que no lleguen a ganar 200.000 dólares al año. ¿Es que las que cobren tamaña cifra van a necesitar el auxilio del Gobierno? “Necesitamos un plan de rescate para la clase media”, justifica. ¿Y cuál es el plan de rescate para uno de cada ocho estadounidenses, que lejos de aspirar a ganar 200.000 dólares, están por debajo del umbral de la pobreza?
Obama tampoco planea frenar el banquete de las aseguradoras privadas en un país donde 47 millones de habitantes no tienen seguro por no poder pagarlo. Eso es como si toda España no pudiera permitirse la cobertura de un respaldo médico. La alternativa del candidato es, generoso él, reducir el pago para según qué familias a 2.500 dólares al año.
Y dentro de sus ofertas de campaña, mientras asegura más inversión para las energías renovables, ha prometido ayudar a todas las compañías automovilísticas que fomenten la creación de coches eficientes en el gasto de combustible, y por ende, ayudar también a los usuarios que quieran comprar uno. Al parecer, no bastan 250 millones de coches en una región de 300 millones de habitantes, con toda la contaminación que generan en un país sin protocolo de Kyoto que venga a reclamarle nada. Pero desarrollar la industria inmensa que gira en torno al transporte privado –más carreteras, autopistas, más asfalto, más gasto en gasolina– implica abandonar los medios de transporte públicos, y así obligar que cualquier persona para desplazarse deba por fuerza usar el automóvil.
Para rematar su discurso, y no quedar atrás ante el aire belicoso de McCain, Obama asegura que de llegar a presidente reconstruirá la industria militar, y hará frente a Al Qaeda –léase Pakistán–, a los talibanes, y al peligroso Irán, que sigue emperrado en fortalecer su programa nuclear. El candidato, a semejanza de Zapatero durante su campaña en 2004, se acuerda también mucho de Iraq e incide en el pronto retiro de tropas, pero se olvida de mencionar que por el contrario quiere más soldados en Afganistán, porque no conviene decir que este país es un lugar a no perder de vista dado que por allí pasan oleoductos y gasoductos procedentes de Turkmenistán y el Mar Caspio, y porque no está Estados Unidos para despreciar la excelente posición de Afganistán que le permite vigilar de cerca cuanto se propongan Rusia, la India y China.
Y así, desatendiendo por un instante los ojos sagaces, los discursos brillantes o el abrazo de ocasión que hacen de Obama un tipo simpático, están los hechos: el próximo 4 de noviembre será elegido un nuevo presidente, que más allá del color que tenga, no ofrece ninguna alternativa sincera a lo que ha caracterizado la política de Bush.
Ése es el problema: ir más allá.
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¡Excelente análisis!. Muy bien desarrollado.
ResponderEliminarLas elecciones USA no dejan de ser un culebrón en el que lo que menos importa es el vencedor del circo. La cuestión es si éste querrá y podrá "matizar" la política que promueven los grandes lobies.