
No le salió del todo bien. Zapatero explicó que condenaba las “reacciones absolutamente desproporcionadas y contrarias al derecho internacional humanitario”, dejando entrever, no obstante, que la masacre que Israel realiza a destajo es una respuesta a las provocaciones de Hamás. También los medios de comunicación asumen, en casi cualquier información que ofrecen sobre el acoso a la población palestina, que fue Hamás quien rompió la tregua establecida entre ambas partes. No se mencionan los ataques israelíes del 5 de noviembre o del 2 de diciembre pasados, que acabaron con la vida de ocho milicianos palestinos cuando todavía estaba vigente el acuerdo del cese de hostilidades.
Quede claro, de entrada, lo que debía ser cumplido tanto por Hamás como por Israel en esos seis meses de alto el fuego: mientras a la organización palestina se le exigía el fin del lanzamiento de cohetes, Israel estaba obligado a terminar con sus embestidas, a levantar el bloqueo de los territorios ocupados y a reabrir los pasos fronterizos de Gaza.
El mismo presidente del Ejecutivo español no puede criticar a Israel sin reprocha

Zapatero tampoco se atreve a espabilar al Ministerio de Relaciones Exteriores. Su último comunicado con relación a la invasión israelí es del 4 de enero. En él se pueden encontrar las más elaboradas sinsustancias que, ante todo, procuran no escorarse hacia ningún lado. Más atareado se encuentra el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, que en el primer semestre de 2008 vendió material bélico a Israel por millón y medio de euros, más que en todo 2007.
Dado que el sentir de gran parte de la opinión pública suele ser manipulado, hay ya iniciativas que empiezan a contrarrestar tanta palmadita en el hombro de Israel. Lo representan las siglas BDS: Boicot, Desinversión, Sanciones. No comprar productos cuyos códigos de barras comiencen por 729 –que señalan su proveniencia israelí– o enterarse de qué multinacionales apoyan al Estado sionista son algunas de las medidas que se difunden. Hay ya un ejemplo en la historia: el rechazo internacional que se levantó contra el apartheid de Sudáfrica a partir de los ‘60 fue clave para que éste acabara derrumbándose. Qué mejor estímulo para confiar en que un país no siempre puede despreciar, sin consecuencias, al resto del planeta.
*Artículo para el diario público ElTelégrafo (Ecuador).
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