El bombardeo estadounidense que hace unos días acabó con la vida de 147 personas en Afganistán no acaba de ser olvidado. Aquel ataque en la provincia de Farah, que pretendía eliminar a los talibanes allí posicionados, se ha convertido en el más mortífero desde que EE.UU. invadiera el país en 2001. También ha generado inmediatas consecuencias, como la sustitución de dos Generales de gran peso entre las fuerzas militares: el comandante de las tropas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, David Mckiernan, y el responsable de las de Europa, Bantz Craddock.
El secretario de Defensa Robert Gates justificaba el cambio ante la necesidad de una nueva estrategia en Afganistán y Pakistán. Y los presidentes de estos dos países, Hamid Karzai y Asif Ali Zardari, están muy de acuerdo con esos planes. Se ha creado así una alianza que lidera EE.UU. con tropas y dinero y que son la única garantía de Karzai y Zardari para estar todavía de pie en sus respectivos Gobiernos. La escalada de los taliban asusta tanto, sobre todo, por las próximas elecciones que se celebrarán en Afganistán en agosto, como por el debilitamiento del Gobierno paquistaní. Hasta tal punto está desacreditado el mandato de Zardari, que se ha visto obligado a legalizar la ley islámica (sharia) en el valle del Swat, una región bajo el poder de los talibanes, a cambio de un alto el fuego.
“La mayor parte de esta región (territorio paquistaní) es rica en uranio, cobre, petróleo y gas”
Pero estas concesiones no son reprochadas con dureza por Estados Unidos, al igual que el presidente de Afganistán tampoco exige responsabilidades a Obama por la masacre civil que ocasionó el Ejército estadounidense en la región de Farah.
Para Estados Unidos, el poder de los taliban es un peligro dada la influencia que puede tener en otras repúblicas centroasiáticas. El interés hacia Pakistán y Afganistán se explica, además, por la existencia de una zona vital: el desierto de Baluchistán, dividido entre Irán, Afganistán y Pakistán. La mayor parte de esta región se encuentra en territorio paquistaní, y es rico en uranio, cobre, petróleo y gas, con lo que Baluchistán puede convertirse en un futuro en uno de los principales productores de energía.
EE.UU. quiere tener el control de esta tierra para impedir la construcción del gasoducto IPI (Irán-Pakistán-India) y apostar por el gasoducto TAPI (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India). El gas del Mar Caspio pasaría a estar bajo la primacía estadounidense, Rusia e Irán quedarían fuera de juego, y por lo tanto China, que necesita el gas iraní, también quedaría excluida.
El problema es que el Baluchistán paquistaní está dominado por los taliban. Esto esclarece los motivos de EE.UU. para sumar a Pakistán en la “lucha contra el terrorismo” que ya había comenzado con Afganistán. Es una apuesta decidida por la que Pakistán ha reducido sus objetivos a los de Estados Unidos, y por la que el Ejecutivo de Afganistán espera recuperar una autoridad que hace ya tiempo socavaron los taliban. El precio por esta tutela estadounidense aún la está pagando la población de ambos países, víctima de ataques indiscriminados, y subyugada bajo la lucha entre los taliban y unos Gobiernos desprestigiados.
* Publicado por el diario público El Telégrafo (Ecuador)
El secretario de Defensa Robert Gates justificaba el cambio ante la necesidad de una nueva estrategia en Afganistán y Pakistán. Y los presidentes de estos dos países, Hamid Karzai y Asif Ali Zardari, están muy de acuerdo con esos planes. Se ha creado así una alianza que lidera EE.UU. con tropas y dinero y que son la única garantía de Karzai y Zardari para estar todavía de pie en sus respectivos Gobiernos. La escalada de los taliban asusta tanto, sobre todo, por las próximas elecciones que se celebrarán en Afganistán en agosto, como por el debilitamiento del Gobierno paquistaní. Hasta tal punto está desacreditado el mandato de Zardari, que se ha visto obligado a legalizar la ley islámica (sharia) en el valle del Swat, una región bajo el poder de los talibanes, a cambio de un alto el fuego.
“La mayor parte de esta región (territorio paquistaní) es rica en uranio, cobre, petróleo y gas”
Pero estas concesiones no son reprochadas con dureza por Estados Unidos, al igual que el presidente de Afganistán tampoco exige responsabilidades a Obama por la masacre civil que ocasionó el Ejército estadounidense en la región de Farah.
Para Estados Unidos, el poder de los taliban es un peligro dada la influencia que puede tener en otras repúblicas centroasiáticas. El interés hacia Pakistán y Afganistán se explica, además, por la existencia de una zona vital: el desierto de Baluchistán, dividido entre Irán, Afganistán y Pakistán. La mayor parte de esta región se encuentra en territorio paquistaní, y es rico en uranio, cobre, petróleo y gas, con lo que Baluchistán puede convertirse en un futuro en uno de los principales productores de energía.
EE.UU. quiere tener el control de esta tierra para impedir la construcción del gasoducto IPI (Irán-Pakistán-India) y apostar por el gasoducto TAPI (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India). El gas del Mar Caspio pasaría a estar bajo la primacía estadounidense, Rusia e Irán quedarían fuera de juego, y por lo tanto China, que necesita el gas iraní, también quedaría excluida.
El problema es que el Baluchistán paquistaní está dominado por los taliban. Esto esclarece los motivos de EE.UU. para sumar a Pakistán en la “lucha contra el terrorismo” que ya había comenzado con Afganistán. Es una apuesta decidida por la que Pakistán ha reducido sus objetivos a los de Estados Unidos, y por la que el Ejecutivo de Afganistán espera recuperar una autoridad que hace ya tiempo socavaron los taliban. El precio por esta tutela estadounidense aún la está pagando la población de ambos países, víctima de ataques indiscriminados, y subyugada bajo la lucha entre los taliban y unos Gobiernos desprestigiados.
* Publicado por el diario público El Telégrafo (Ecuador)
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