El 30 de abril fue el 32º aniversario de las Madres de la Plaza de Mayo. El 30 de abril, como cada jueves desde 1977, las Madres se reunieron frente al palacio de Gobierno argentino, la Casa Rosada, para reclamar la vida de las 30.000 personas que desaparecieron durante la dictadura. Son 30.000 hijos que reclaman para sí todas las madres.
Las desapariciones no comenzaron con la implantación de la dictadura en 1976. Los primeros casos datan de 1973, 1974 y 1975, cuando la organización paramilitar conocida como la triple A (la Alianza Anticomunista Argentina) surgió para aniquilar el ala izquierda del movimiento peronista. Creada por el secretario privado de Perón, José López Rega, la triple A vio morir a los pocos meses al presidente de Argentina, quien dejaba un país convulsionado en manos de su tercera mujer, Isabel. López Rega, sin que la viuda de Perón pudiera encarar el mando, dio aún más poder a la triple A, que acabó personalizando un terrorismo de Estado previo al que se consolidó en la dictadura. La Alianza atentó no sólo contra guerrillas urbanas como los Montoneros o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), sino que optó por los asesinatos selectivos contra cualquier tipo de disidencia política o social.
El pañuelo blanco en la cabeza pasó a identificarlas. Un emblema níveo que reemplazó lo que en realidad utilizaron por primera vez para reconocerse como Madres: un pañal, como tantos otros recuerdos que muchas conservaban, el pañal de sus hijos como el símbolo que las uniría bajo un mismo pedido de ayuda.
La dictadura militar acabó por desplomarse, pero las Madres todavía se reúnen, y siguen representando la transformación social de la que es testigo su obra. Cada jueves podrán ser encontradas en la Plaza de Mayo, aunque con el paso del tiempo el grupo compacto que era en antaño vaya aclarándose, con madres que ya son ancianas y otras que no podrán volver. Pero no es un motivo de desaliento. Saben que son representadas por el resto, que cada semana tiene una cita para gritar en nombre de todas las madres que sus hijos existen y existirán de por vida.
Las desapariciones no comenzaron con la implantación de la dictadura en 1976. Los primeros casos datan de 1973, 1974 y 1975, cuando la organización paramilitar conocida como la triple A (la Alianza Anticomunista Argentina) surgió para aniquilar el ala izquierda del movimiento peronista. Creada por el secretario privado de Perón, José López Rega, la triple A vio morir a los pocos meses al presidente de Argentina, quien dejaba un país convulsionado en manos de su tercera mujer, Isabel. López Rega, sin que la viuda de Perón pudiera encarar el mando, dio aún más poder a la triple A, que acabó personalizando un terrorismo de Estado previo al que se consolidó en la dictadura. La Alianza atentó no sólo contra guerrillas urbanas como los Montoneros o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), sino que optó por los asesinatos selectivos contra cualquier tipo de disidencia política o social.
Fue entonces cuando algunas madres comenzaron a encontrarse en ministerios y en cuarteles de policía, preguntando, buscando a los primeros desaparecidos. Con el golpe de Estado de Videla, que daría paso a siete años de un despotismo genocida (1976-1983), los perseguidos aumentaron, y las matanzas también. Las Madres se vieron obligadas a disimular sus encuentros, porque la represión pasaron a sufrirla en carne propia. Muchas fueron encarceladas, torturadas, desaparecidas. Con la dictadura no se jugaba, y ellas comenzaban a ser visibles en el extranjero, a ser atendidas e invitadas a otros países para formular en voz alta la súplica que la saña de aquellos años no pudo acallar: querían recuperar a sus hijos con vida.
Aquellas reuniones de cada jueves pasaron a ser sustituidas por otras esporádicas en donde trataban de reconocerse, de reencontrarse, de organizarse para no dejarse vencer por el miedo. Y cuando podían volvían a la plaza. “Aquí no se viene a llorar”, decían cuando se incorporaba una nueva madre. “Aquí se viene a luchar”. Apretaban los dientes, y seguían desafiando a un sistema criminal que no acababa de vencerlas.
El pañuelo blanco en la cabeza pasó a identificarlas. Un emblema níveo que reemplazó lo que en realidad utilizaron por primera vez para reconocerse como Madres: un pañal, como tantos otros recuerdos que muchas conservaban, el pañal de sus hijos como el símbolo que las uniría bajo un mismo pedido de ayuda.
Y por fin crearon la Asociación de las Madres. Esta institución ha pasado a ser el instrumento social por el que realizan una labor inspirada en los hijos. “Nosotras estamos enamoradas de ustedes”, les dicen. Todos los proyectos que realizan siguen la estela que ellos dejaron. Una universidad, una radio, un centro cultural y proyectos sociales como Compartiendo Sueños (plan de construcción de viviendas por medio de la contratación de personas excluidas del sistema) o como el CEMOP (Centro de Estudios Económicos y Monitoreo de Obras Públicas) han nacido gracias a ellos, porque sus hijos han sido la razón que hoy alienta su trabajo. En su nombre impulsan el cambio social, político y humano que ellos buscaban y que los militares trataron de impedir. Así los honran. Así las madres son el medio a través del cual sus hijos se expresan. Por eso, dicen, ellos han vencido a la muerte.
En una cosa son muy firmes. Las madres no luchan por sus propios vástagos, sino que cada una ha adoptado como propios los desaparecidos de las demás, de modo que ahora son madres de 30.000 hijos. Siguen reclamando su aparición con vida, y no admitirían los cuerpos ni ninguna compensación económica. Sería un modo de decir que están muertos, y ellas insisten en que están más vivos que nunca, vivos en su quehacer diario que a ellos se debe. “Nosotras estamos embarazadas de su ejemplo, de su entrega, de su generosidad, embarazadas para siempre”, afirman.
En una cosa son muy firmes. Las madres no luchan por sus propios vástagos, sino que cada una ha adoptado como propios los desaparecidos de las demás, de modo que ahora son madres de 30.000 hijos. Siguen reclamando su aparición con vida, y no admitirían los cuerpos ni ninguna compensación económica. Sería un modo de decir que están muertos, y ellas insisten en que están más vivos que nunca, vivos en su quehacer diario que a ellos se debe. “Nosotras estamos embarazadas de su ejemplo, de su entrega, de su generosidad, embarazadas para siempre”, afirman.
La dictadura militar acabó por desplomarse, pero las Madres todavía se reúnen, y siguen representando la transformación social de la que es testigo su obra. Cada jueves podrán ser encontradas en la Plaza de Mayo, aunque con el paso del tiempo el grupo compacto que era en antaño vaya aclarándose, con madres que ya son ancianas y otras que no podrán volver. Pero no es un motivo de desaliento. Saben que son representadas por el resto, que cada semana tiene una cita para gritar en nombre de todas las madres que sus hijos existen y existirán de por vida.
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