Según un estudio publicado por la Asociación Americana de Sociología (ASA, por sus siglas en inglés), los estadounidenses están expuestos a los efectos secundarios de medicamentos que actualmente se comercializan y que han pasado inspecciones de dudosa fiabilidad. El sociólogo Donald Light, autor del informe, advierte de que los cambios en el sistema sanitario no han hecho otra cosa que aumentar la proporción de fármacos susceptibles de provocar riesgos de importancia.
La señal de alarma ya la daba hace años el Instituto de Medicina, que alertaba de que las Reacciones Adversas a las Drogas (conocidas como las ADR) constituyen la cuarta causa principal de muerte en Estados Unidos. El rechazo del organismo humano a determinadas sustancias puede ser provocado por motivos tan diversos como una dosificación errónea o la interacción de distintos medicamentos prescritos simultáneamente. Por eso las dos millones de reacciones adversas serias que se registran cada año en el país no son cosa para tomárselo a broma.
De este descontrol es en gran parte responsable la Administración Federal de Alimentos y Medicamentos (FDA), que ha sido acusada de someterse a los criterios de las farmacéuticas para pagar a su propio personal. Este organismo autoriza los ensayos clínicos de los laboratorios que son cuanto menos sospechosos, dado que en su muestreo escogen a grupos de población diversos de aquellos a los que realmente va dirigido el medicamento. Además procuran dejar fuera del examen a personas mayores, a las de pocos recursos económicos, y por supuesto, a las que tienen problemas de salud.
La FDA no ha tomado medidas al respecto, como exigir a las farmacéuticas que incorporen advertencias de peligro en determinadas cajas o, sin más, que retiren ciertos productos. De este modo ha proliferado la venta de medicinas perniciosas sobre las que nada se previene. Sólo uno de cada siete nuevos medicamentos que se introducen en el mercado es mejor que los que ya existen, y lo que es aún más preocupante, dos de esos mismos siete fármacos provocan reacciones adversas de gravedad al paciente.
Resulta extraño, por ello, que uno de los mayores críticos de la FDA esté entre sus filas. Se llama David Graham y es responsable de la Oficina de Seguridad de Medicamentos. En 2004 muchos vieron peligrar su puesto de trabajo cuando testificó ante el Senado que su Agencia era incapaz de proteger a los consumidores de medicamentos peligrosos. Puso como ejemplo el Vioxx, del que había conseguido suspender su venta, pero que hasta aquel momento había causado casi 28.000 infartos mortales sólo en Estados Unidos.
Graham pidió la retirada de otros cinco fármacos: uno contra el colesterol que está prohibido en varios países europeos (Crestor), un adelgazante vedado en Italia (Meridia), uno contra el asma (Serevent), otro contra el acné (Accutane) y un analgésico (Bextra). Baste decir que desde entonces sólo este último ha sido suprimido.
Poca tranquilidad puede causar, entonces, el hecho de que los medicamentos nuevos que salen a la venta en Estados Unidos tengan dos veces más posibilidades de hacer daño que de brindar una mejora superior a la de los fármacos que ya están en circulación. Pero quizá estas denuncias hacen más visible el descontento. Más de 5.000 médicos firmaban recientemente una carta abierta en la que acusaban al Gobierno y a sus instituciones afines de someterse a los intereses de las multinacionales farmacéuticas. Consideran que el sistema de salud ha pasado a ser un negocio especulativo, y ellos no están dispuestos a entrar en el juego.
* Artículo escrito para el diario argentino Miradas al Sur
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