martes, 17 de noviembre de 2009

Prioridades

Sí, la noticia cansa de repetitiva. Lo curioso es que no agote del escándalo. El director general de la Agencia de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Jacques Diouf, ha vuelto a colocar en titulares una nueva cifra: 44.000 millones de dólares es lo que costaría salvar a más de 1.000 millones de personas de la desnutrición, y por tanto, de una muerte segura o una vida miserable, que llegados a este punto, tanto da.

Los 193 países que forman parte del organismo de Naciones Unidas ya han firmado la declaración final de la Cumbre. No importa que ésta acabe el próximo miércoles. Ya saben a lo que han ido. No hace falta ni disimular. Poner firma en el acta antes o después de que acaben las reuniones ya no marca una diferencia, porque saben que su compromiso y el resultado, por ende, es el mismo: ninguno.

Los que han acudido a Roma una vez más para escuchar los mismos discursos de urgencia de un hambre que va in crescendo ni siquiera han sido capaces de establecer una fecha fija o alguna cantidad de dinero que les comprometa, al menos ante el papel, para luchar contra una de las peores plagas de este mundo que podría alimentar a todos sus habitantes con lo que ya produce.

Allá por julio la FAO mandó un documento a todos sus miembros para que, de cara a la Cumbre que se celebra en estos días, se pensaran eso de erradicar el hambre para el año 2025. Diouf trató de aprovechar por entonces el tirón de otro de estos encuentros de altos vuelos, el que reunió al G-8 en L'Aquila (Italia) y que los involucró, al menos de palabra, a invertir 20.000 millones de dólares en seguridad alimentaria en los próximos tres años.

Los Jefes de Estado y de Gobierno, efectivamente, recibieron la carta del director general en sus propios países. Se lo pensaron. Y la respuesta ha sido que no.

La importancia que estos líderes han dado a la Cumbre ha podido verse y palparse a partir de su propia asistencia a este encuentro que ocupará fugazmente la atención mediática por breves instantes. Sólo han asistido 60 de ellos, ninguno del G-8 o de los países más importantes de Europa, salvo el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, que no le quedaba otra porque era el anfitrión. El resto apenas se han molestado en mandar algún ministro de su Gabinete, no pensemos en la figura de la vicepresidente. Todos tenían mejores cosas que hacer.

En América Latina ha pasado algo similar. Ni la presidenta de Argentina ni su par de Venezuela se encuentran allí. Sí han hecho acto de presencia, además de los gobernantes Fernando Lugo de Paraguay y Tabaré Vázquez de Uruguay, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, y su homólogo de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva.

Estos dos últimos se han quejado, al menos, de la indiferencia reinante ante la hambruna. “Los líderes mundiales no han dudado en gastar cientos y cientos de millones de dólares para salvar la caída de los bancos. Con menos de la mitad de esos recursos, sería posible erradicar el hambre del mundo”, dijo Lula. Exactamente, 6 billones de euros es lo que han sacado del erario público tanto Estados Unidos como Europa para rescatar el sistema financiero del colapso.

Y nada de que habría que entregar “menos de la mitad”. Si España ha otorgado a los bancos 160.000 millones de euros en el último año, bastaría con la mitad de la mitad para cumplir con la cantidad propuesta por la FAO para ocuparse de la inanición de tantos millones, estos sí, de personas.

Todo sea dicho. Comparando todas estas cifras da la sensación de que estos 30.000 millones de euros (o 44.000 millones de dólares) que pide Diouf se quedan en una propuesta más bien discreta. Hasta podría encargarse un país de desprenderse él solito de esa suma. Sería un gesto hermoso, que quizá no pondría a sus habitantes tan en contra, dada la impasibilidad con la que la opinión pública ha tragado con el rescate a la banca.

Sería una manera, además, de comprobar la utilidad de la FAO. A ver qué hacía con ese dinero, por no pedirle que explicara cómo ha llegado a la necia conclusión de que con la pasta por delante el hambre desaparecía en cosa de pocos años.

Es más. Si esto es una emergencia que la FAO siente en carne propia, en vez de la huelga de hambre que hizo su director general antes de la reunión (por 24 horas, tampoco hace falta exagerar), podrían directamente reclamar a la madre matriz (la ONU), que achique presupuesto para el año que viene y otorgue de golpe y porrazo esos 44.000 millones de dólares (que igualmente salen de los países que la integran). Algo tendrán en la hucha.

Ahí empezaríamos a ver resultados. Y a descubrirnos las caretas más allá de tanta Cumbre que, al final, sólo acaba anestesiando.

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