Algunos jóvenes de mi generación se preguntan para qué le quitan el plato de la mesa si ni siquiera tienen qué comer. España, muy dada a tristes récords, duplica la tasa de paro de toda la Unión Europea. Los cuatro millones de desempleados que tiene nuestro país pasarán pronto a ser cinco (si es que no hemos llegado ya a ese número), y según el Instituto Nacional de Estadística, en 2010 casi 108.000 familias pasaron a tener todos sus miembros en el paro. Esto significa que en más de un millón de hogares, exactamente 1.328.000, ninguno de sus integrantes encuentra trabajo.
¿Será esto una bomba a punto de estallar? No parece. Spain is different! En este país tenemos una capacidad de aguante que ya quisieran otros Gobiernos para con sus ciudadanos. Desde que comenzó la crisis sólo hemos organizado una huelga general (tampoco vamos a exagerar como han hecho los franceses), discretas manifestaciones muy de vez en cuando (para lo contrario ya están los griegos) y mucha polémica por la ley antitabaco, una medida de humo para disipar ideas y crear controversias de pacotilla.
Cada vez con más frecuencia se oye decir algo que llevo escuchando años en mi casa: que los jóvenes de hoy no viviremos como la generación de nuestros padres. Pero lo asumimos con resignación, que no con estoicismo: es algo que damos peligrosamente por hecho, como algo inevitable, parte del destino fatal y cuesta abajo de un país que no nos permite ni siquiera el consuelo de la esperanza.
Ése es el problema: que nuestra generación no parece hastiada. Nos recortan derechos y lo aceptamos con una serenidad que clama al cielo. Con un paro que afecta al 43,6% de los jóvenes que tienen menos de 25 años, miramos desde la televisión y de reojo las manifestaciones que tienen lugar en Egipto. Apenas pestañeamos por el aberrante acuerdo que han alcanzado sobre la pensiones el Gobierno y los sindicatos que supuestamente nos representan, como si nos tuviéramos que conformar con ese mísero pacto que quiere situar a los sindicatos como salvadores de una catástrofe peor, y al Ejecutivo como la parte conciliadora que todavía tiene la desfachatez de considerarse socialista.
En su blog Guerra Eterna, el periodista Ignácio Sáenz de Ugarte cuenta cómo un amigo suyo le dijo en una ocasión que los egipcios eran como los camellos: “Decía que los camellos son unos animales muy resistentes, incluso a los malos tratos”, relata Sáenz de Ugarte. “Puedes estar toda la vida sacudiéndoles con una vara que no se alteran. Pero un día, sin ninguna razón en especial, tras el golpe número 5.379, de repente se giran y te arrancan una mano de un bocado”.
Los españoles podemos muy bien deslindarnos de esa comparación. Todavía está por verse el día en que, tras el enésimo palo, los jóvenes nos levantemos y digamos que hasta aquí hemos llegado, que recordamos el “¡Que se vayan todos!” que sacudió en 2001-2002 los cimientos políticos de una Argentina en crisis, y que lo hacemos propio para un partido en el poder que sólo gobierna para los mercados, para la banca, y para las grandes fortunas, y que al carajo también se pueden ir todos los que secundan al PSOE en sus recortes (el PP, el PNV, CIU y CC), y que se acabó eso de pisotear derechos y de arremeter contra la inmensa mayoría de los ciudadanos de manera tan impune mientras ellos mantienen sus privilegios, que la calle será nuestra y que si se creen que van a poder manejar a nuestra generación como les venga en gana están muy equivocados, porque nosotros no tragamos con los fantasmas de la dictadura franquista, ni con la transición que no fue, ni con un bipartidismo encorsetado que no ha sabido más que ir quitando piezas del entramado que antes era el Estado de bienestar y que ahora son sólo despojos.
Mientras no suceda nada de esto, los españoles podemos entretenernos en compararnos con el burro: animal dócil y tranquilo, de carácter soñoliento, soporta lo que le echen, no se queja, no reclama grandes manjares ni le da por tener caprichos desubicados, apenas un poco de agua y hierbajos para tirar con lo que haga falta, y si le dan con con el garrote (porque los dueños a veces son así de arbitrarios, dan palazos sin ton ni son), agacha la cabeza y sigue por el único camino que según él existe: el que delimitan sus orejeras.
Hay otros senderos que recorrer, pero el burro no lo sabe. Del mismo modo, y a no ser que miremos a nuestro alrededor, nos miremos a nosotros, y busquemos nuestro propio recorrido, seremos siempre rehenes de lo que ahora se fragua ante la indiferencia general. Si hay una batalla que no podemos perder, es la que marca este presente. Nuestro futuro no tendría por qué estar ya escrito.
PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, PLAS, Y PLAS.
ResponderEliminarPor una vez y sin que sirva de precendente no puedo estas más de acuerdo.
ResponderEliminarJovi
Dice Morin que la espezanza está en lo inesperado, en lo improbable que suceda, porque contra todo pronóstico, habrá de ocurrir, acabará sucediendo.
ResponderEliminarSaludos y suerte