viernes, 29 de mayo de 2009

Nápoles

Ayer estuve en Nápoles. No tuve que salir de Buenos Aires.

Tiene lugar en estos días el XI Festival Internacional De Derechos Humanos. Las películas y documentales que se proyectarán han sido divididos por secciones tan diversas como Ambiente, Género, Migrantes, Memoria o Cárceles, y además tienen una llamada Ventana Napoli. Ayer se inauguraba con la emisión de dos documentales en el centro cultural italiano Dante Alighieri. El primero de ellos, llamado Mani di Pelle, se adentraba en las fábricas de una familia que desde hace generaciones se dedica a la creación de guantes de piel desde el primer paso de todos, que es la preparación del cuero. Fue muy curioso observar la trascendencia que sus integrantes le concedían a lo que ellos mismos consideraban no un trabajo, sino una pasión. Había una mujer ya mayor, por ejemplo, que confeccionaba guantes desde los 14 años, y que a los 64 se integró de nuevo en el taller para seguir diseñando lo que ella valoraba como arte.

Así aprendí que desde los años 20 Nápoles se convirtió en la ciudad por excelencia especializada en la elaboración de guantes, de modo que en 1940 exportaba el 90% de todos los que se vendían en todo el mundo.


Inmersos ahora en una globalización que busca lo más rápido a precio de saldo, los guantes de Nápoles no son tan famosos como en antaño, pero la proyección de este documental me hizo pensar en todos los trabajos locales que se llevan a cabo en lugares remotos y que mantienen una tradición cargada de significado a costa de enfrentarse a una industrialización desbocada en la que predomina la producción a grande escala.

La segunda película que pude ver paseaba, sin más, por distintos lugares de Nàpoles y de sus alrededores. Más que con las imágenes de un Vesubio que da la espalda a la ciudad, o de ciertas calles intrincadas que quién sabe adónde llevan, salí colmada con muchos nombres que hablan de una historia que apenas he atrapado con los dedos. Se me quedó grabada, por ejemplo, la existencia del Cementerio del Pueblo con sus 366 fosas, una por cada día de un año bisiesto. Si en un día se morían 10 personas, las enterraban todas juntas en la fosa correspondiente. Apasionante historia, ¿cierto?

Pero la parte que más ternura me provocó de este documental, llamado Queste cose visibili, fue un hombre mayor que salía al principio hablando precisamente de los cementerios. Tenía los ojos acuosos y explicaba con una voz rota por la emoción que en otro de los cementerios de Nápoles, en el Santa Maria del Pianto, estaban enterrados entre otros muchos artistas, pensadores y patriotas –esto último no lo entendí: de profesión ¿patriota?– el actor y poeta Antonio de Curtis, también conocido como Totò. Al parecer hay allí un monumento con una estatua que representa a este cómico tan famoso en Italia, y el hombre del documental decía risueño que era imposible pasar por ahí y no reírse.

El hombre también contaba a la cámara, antes de dar improvisadamente unas recetas de cocina para preparar no sé qué pasta con mejillones, que existía hace años una política por la cual los pobres podían enterrar a sus difuntos de forma gratuita. Y entonces contaba la anécdota de una familia que se acercó al cementerio para enterarse de los preliminares. Y preguntaban: ¿Cómo se prepara lo de la lápida? Y el encargado les respondía: “No se preocupen, que de eso nos encargamos nosotros”. “Pero, ¿y las flores?” seguían preguntando. “No tengan problema, que todo eso lo haremos nosotros”. Los familiares no acababan de convencerse. “Pero necesitaremos un coche para transportarlo. ¿Cómo lo hacemos?” Y el responsable acababa aproximándose a ellos para ponerles una mano en el hombro: “No tienen de qué preocuparse. Nosotros no ocupamos de todo. Ustedes sólo tienen que encargarse de llorar”.

Y el señor entrañable que contaba esto en el documental repetía con una risa nostálgica, como si se lo hubieran dicho a él: “Y eso decían: nosotros nos ocupamos de todo. Ustedes sólo tienen que encargarse de llorar”.


Recogì al vuelo, mientras duraba la película, y después en el coloquio improvisado que se formó, muchos nombres asociados a Nápoles y que requieren un conocimiento más profundo para hablar de ellos: Lombardi, los calcídicos, Plinio El Viejo, Murat, Herculano y Pompeya, el Príncipe San Severo –de él puedo decir rápidamente que es como el coco español–, la virgen de la Pudizia, el Cristo Velado, y tantos otros que no me dio tiempo a escribir.

Finalizo con una indicación del director de la primera película, que estaba presente y que explicó que Nápoles era el compendio de lo que se veía y lo que permanecía oculto. Puso un ejemplo muy simpático para ilustrarlo. “Ustedes. conocen quién es ese santo que hace el milagro de la Sangre en Nápoles?” Y la audiencia, orgullosa de mostrar su sabiduría: “San Gennaroooo”. “Estupendo”, prosiguió Antonio Caiafa. “Pero en Nápoles hay una santa que hace el milagro de la Sangre no dos veces al año, como San Gennaro, sino todos los martes. De esta santa, que trabaja mucho más que San Gennaro, y que además ayuda a las mujeres que quieren casarse, ¿saben el nombre?”. Una persona entre el público lo dijo, pero dado que era napolitano, podía haber guardado silencio para ayudar al director a crear el efecto de incertidumbre que buscaba. Explicó que era Santa Patricia, y que es una muestra de cómo Nápoles es ocultada bajo los esterotipos creados en parte por los medios de comunicación. Insistió en que dado que esta ciudad ha recibido durante su historia más de veinte influencias diversas, todavía presentes, sería muy arriesgado trazar con dos brochazos el sentido de una región de la que, como decía Borges de la Divina Comedia, no conseguiremos nunca explorarla en toda su entereza.


Yo esto todavía lo pongo en duda, pero ya llegará el tiempo de descubrirlo. Al menos este pequeño vistazo de la ciudad a través de sus documentales me ha permitido vislumbrar un universo de conocimiento que todavía se me escapa.

No habría esperado mejor manera de acercarme a Nápoles. O bueno, sí. Pero ésa ya es otra historia.

jueves, 28 de mayo de 2009

Ilegalizaciones a la carta*

Las próximas elecciones europeas que se celebrarán en junio han comenzado a suscitar mucha atención en España. No es que de por sí sus habitantes ansíen la llegada de unos comicios que no les provocan el menor entusiasmo: en las últimas elecciones al Parlamento Europeo en 2004, la abstención alcanzó casi el 55% del electorado. Pero resulta que ha presentado su candidatura Iniciativa Internacionalista. Hasta aquí podría haber pasado como una organización política más, si no fuera por el sobresalto que ha generado en los grandes partidos tradicionales y la torpeza que han evidenciado para intentar erradicarla del mapa.

Iniciativa Internacionalista ha sido contundente desde el manifiesto con el que se han dado a conocer. Abogan por la III República y señalan sin rubor al Rey Juan Carlos I como el peón teatral que quiso ser garante de la falsa transición impuesta por Franco. Rechazan la Europa del capital, la OTAN, la privatización de los derechos y servicios públicos, defienden el derecho a la autodeterminación y exigen una justicia social que sólo puede entenderse desde un repudio al capitalismo vigente.

Es éste un discurso demasiado estridente para el tono apocado que caracteriza la política española, acostumbrada a tibias generalizaciones y veladas referencias a términos vacíos que apelan más a la visceralidad que al raciocinio. Entonces el Gobierno del PSOE lanzó a la Abogacía y a la Fiscalía del Estado contra Iniciativa Internacionalista acusándola de suceder a Batasuna, el partido independentista ilegalizado en 2003 por ser considerado parte de ETA.El Tribunal Supremo no tardó en darle la razón al Ejecutivo. No importaba que la formación política estuviera constituida por partidos legales, y que la izquierda abertzale del País Vasco se desmarcara de ella. Hoy Iniciativa Internacionalista estaría ilegalizada si no fuera por el Tribunal Constitucional, que en los últimos días ha revocado la sentencia del Supremo.

En realidad el Gobierno ya tiene práctica en esto de impugnar candidaturas. Desde 2002 se escuda en la Ley de Partidos, que no tuvieron problema en sacar adelante PP y PSOE por entonces, y que fue creada ad hoc para ilegalizar a Batasuna, empeñado en no condenar de forma explícita a ETA. No es que en España no se pueda condenar a una asociación que promueve acciones delictivas. ETA es ilegal precisamente por eso. Pero dado que el código penal no juzga como ilícita ninguna organización por las ideas que pueda tener –ni el español ni ningún otro–, había que engendrar una ley que cubriera este vacío por la fuerza, así fuera inconstitucional.

Y en eso PP y PSOE estarán siempre de acuerdo, porque al eliminar una opción política se refuerza el bipartidismo del que ambos salen beneficiados. Con razón la ONU ha cuestionado la facilidad con que el Gobierno echa mano de la ley para ilegalizar candidaturas, y con la misma lucidez Amnistía Internacional ha señalado la ambigüedad de una legislación que puede incriminar de forma muy alegre a cualquier partido de connivencia con el terrorismo.

No estaría de más recordarlo, para las próximas noticias difusas que puedan llegar sobre ilegalizaciones en España.

* Artículo escrito para el diario público El Telégrafo (Ecuador).

martes, 26 de mayo de 2009

Cambios

Comienza a llegar el frío a Buenos Aires de forma paulatina después de algunos amagos previos en los que la gente aseguraba que “ahora sí que se viene el invierno”. Sucede, al parecer, lo nunca visto en la ciudad: que hasta ahora hayamos tenido una media de casi treinta grados a finales de mayo es algo inusual, cuando por lo general la calidez del verano se retira cada año a partir de mediados de abril.

Yo puedo notarlo en mis manos, que tienen una hipersensibilidad al frío y que son capaces de permanecer gélidas incluso con el calor más bochornoso. Ahora están entumecidas, y la torpeza en los movimientos de los dedos que notaba con facilidad a la hora de tocar el piano la siento ahora apenas me pongo a escribir en el ordenador.

Por lo demás, empiezan a ser frecuentes algunos problemas de índole cotidiana bastante desconcertantes. Tiene ya largo recorrido el problema urbano que constituye desde hace tiempo la adquisición e intercambio de monedas. A todo el mundo le faltan, y son muchos los negocios que piden al comprador que sea comprensivo con la carencia de dinero en metálico y que en la medida de lo posible tenga la gentileza de pagar el precio exacto.

El inconveniente se agudiza en los llamados colectivos –autobuses–, en donde las máquinas allí dispuestas no aceptan otra cosa que no sea calderilla. El conductor no interviene. El pitorreo ya es evidente cuando algunas ni siquiera ofrecen cambio. El pasajero tiene que arreglárselas para subir con el importe preciso, y si todos los habitantes de la ciudad salen a la calle de antemano con el objetivo de recolectar pesos en metálico por doquier, se comprenderá los casos de apuro que se presentan en el transcurso de la jornada.

De entrada se incita a la mentira. Si alguien utiliza mucho el transporte público se verá en la necesidad de convertir en una prioridad la recolección de monedas, así tenga que adoptar un rostro compungido en cada tienda para negar que las tenga en su posesión.

En ese caso uno saca con cuidado la cartera, procurando que no suenen en ese movimiento las monedas que con mucho celo se han ido guardado en el compartimiento correspondiente. Para ello la sujeta con precaución, la mueve despacio hasta que accede a algún billete, y lo deposita con cuidado ante el dependiente, en medio de una febril ansiedad que le causa la idea de que un tintineo improvisado del portamonedas le delate. Una vez recibido el cambio, la cara de alivio o la sonrisa de triunfo son habituales, y la rapidez con la que uno se apodera de las monedas, también.

El Gobierno se entrampó a sí solo cuando anunció que para mayo cambiaría esta situación con la creación de un boleto eletrónico. La idea es que se extienda a los autobuses el sistema de pago que existe en el subte –metro– en donde se puede adquirir una tarjeta que uno puede ir recargando con comodidad en las estaciones. A la espera de una solución, la picaresca en el negocio de las monedas ha desarrollado una asombrosa imaginación, sobre todo a través de un mercado extraño que muchos utilizan para vender el suelto que tienen por encima de su valor.

¿Recuerdan eso de que nadie da duros a pesetas? Eso será en España. Aquí en Buenos Aires no queda otro remedio.

sábado, 23 de mayo de 2009

Bancos

Buenos Aires es una ciudad risueña. Pero también tiene un carácter de aúpa. Cerca de la famosa calle Florida, donde los turistas que la recorren hacia el Oeste se las ven y se las desean para poder mirar a ambos lados sin quedar cegados por el Sol de media tarde, se sitúa uno tras otro gran parte de los bancos de la ciudad. Imagino que la calle Sarmiento, que cruza Florida, y las que a ella desembocan, quedan todavía hoy con el reposo de la furia y la frustración de miles y miles de argentinos que 2001 se acercaban primero a averiguar qué pasaba con su dinero, y después a desahogar su rabia por un corralito que les hizo pagar una situación de la que no eran responsables.

Allí es donde voy a cambiar euros de vez en cuando, y la verdad es que no recuerdo ningún día en que las calles no hayan estado bautizadas con centenares de proclamas, en que no se hayan escuchado los tambores de una muchedumbre unida en torno a un gran cartel en el que denuncian alguna que otra maldad bancaria. Son los ecos de la crisis de hace ocho años.

Los bancos están acostumbrados, que es lo peor. Cuando perciben que a lo lejos se acerca la protesta, algunos colocan en la puerta a un hombretón como si de una discoteca se tratara, y hasta que no pasa la manifestación no dejan entrar a nadie. Medida, por lo demás, más preventiva que otra cosa, porque la gente se limita a ocupar todo el ancho de la calle de forma muy pacífica. Algunos lanzan petardazos y todos cantan consignas levantando el brazo derecho y sacudiéndolo al ritmo de la música de tambores y bombos, de la misma manera que como he visto hacer en los partidos de fútbol. No hay violencia, no hay agresividad. Una vez pasan, queda como testigo un reguero de papelitos por el suelo, y el rumor de sus voces que se pierden en la lejanía.


Hoy he pasado de nuevo por allí y he entrado en uno de los bancos justo antes de que el gorila correspondiente cerrara con pestillo la puerta. Se quedó a cierta distancia de ella, con los brazos cruzados y meneando la cabeza cada vez que alguien desde fuera intentaba ingresar. Ante la negativa, algunos miraban de reojo la manifestación que trascurría tras sus espaldas, y se decidían a esperar delante del banco. Otros insistían en mantener una conversación con el tipo, el cual se limitaba a responder señalando con un pesado movimiento de la mano las pancartas de protesta que de a poco iban pasando por delante del local. No importa que los potenciales clientes insistieran en comunicarse a través de aquel simbólico bozal que era la puerta. Él dejaba perder la mirada por encima de sus cabezas, y asunto arreglado.


Hoy había no una, sino dos manifestaciones. Una de la Asociación Bancaria y otra de los empleados del Banco de la Ciudad, quienes denunciaban a voz en grito los planes de tercerización de su empresa que preveían el despido de muchos de ellos. Las dos discurrían por calles distintas que se cruzaban en la esquina en donde yo estaba, pero la primera de las marchas pasó con una diferencia de diez minutos con respecto a la otra. El banco en donde yo me encontraba estuvo cerrado todo ese tiempo.

Dentro de él, por cierto, había tres empleados que de vez en cuando levantaban la vista para observar a la gente de la manifestación que cantaba y gritaba afuera al ritmo de verdaderas batucadas. Si no fuera por el carácter de protesta y de objeción de aquellos que un día más habían tomado las calles para expresar sus reivindicaciones, con gusto uno podía ponerse a bailar, o al menos a improvisar un par de pasos como gesto de complicidad hacia ellos.


Dado el carácter espontáneo de esta ciudad, le pregunté sin ningún rubor al empleado que me atendió si él no se unía a las marchas. Él me miró sonriendo. Tenía más o menos mi edad, pero hasta aquel momento me había parecido mucho mayor, con aquel traje gris que más que elegante le hacía triste, y con aquellos ojos opacos que apenas fueron capaz de desprender cierta curiosidad por el ruido de afuera. “Es que esto no es un banco”, me dijo muy amable. “Pero si no con gusto iba”.


Salí de las oficinas pensando en lo que me había dicho. Ya fuera me giré de nuevo para ver dónde me había metido exactamente. “Banco”, se podía leer arriba. Me encogí de hombros. Cada uno se engaña como puede. Muy difícil, al parecer, no es.

lunes, 18 de mayo de 2009

La estrategia Af-Pak*

El bombardeo estadounidense que hace unos días acabó con la vida de 147 personas en Afganistán no acaba de ser olvidado. Aquel ataque en la provincia de Farah, que pretendía eliminar a los talibanes allí posicionados, se ha convertido en el más mortífero desde que EE.UU. invadiera el país en 2001. También ha generado inmediatas consecuencias, como la sustitución de dos Generales de gran peso entre las fuerzas militares: el comandante de las tropas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, David Mckiernan, y el responsable de las de Europa, Bantz Craddock.

El secretario de Defensa Robert Gates justificaba el cambio ante la necesidad de una nueva estrategia en Afganistán y Pakistán. Y los presidentes de estos dos países, Hamid Karzai y Asif Ali Zardari, están muy de acuerdo con esos planes. Se ha creado así una alianza que lidera EE.UU. con tropas y dinero y que son la única garantía de Karzai y Zardari para estar todavía de pie en sus respectivos Gobiernos. La escalada de los taliban asusta tanto, sobre todo, por las próximas elecciones que se celebrarán en Afganistán en agosto, como por el debilitamiento del Gobierno paquistaní. Hasta tal punto está desacreditado el mandato de Zardari, que se ha visto obligado a legalizar la ley islámica (sharia) en el valle del Swat, una región bajo el poder de los talibanes, a cambio de un alto el fuego.

“La mayor parte de esta región (territorio paquistaní) es rica en uranio, cobre, petróleo y gas”
Pero estas concesiones no son reprochadas con dureza por Estados Unidos, al igual que el presidente de Afganistán tampoco exige responsabilidades a Obama por la masacre civil que ocasionó el Ejército estadounidense en la región de Farah.

Para Estados Unidos, el poder de los taliban es un peligro dada la influencia que puede tener en otras repúblicas centroasiáticas. El interés hacia Pakistán y Afganistán se explica, además, por la existencia de una zona vital: el desierto de Baluchistán, dividido entre Irán, Afganistán y Pakistán. La mayor parte de esta región se encuentra en territorio paquistaní, y es rico en uranio, cobre, petróleo y gas, con lo que Baluchistán puede convertirse en un futuro en uno de los principales productores de energía.

EE.UU. quiere tener el control de esta tierra para impedir la construcción del gasoducto IPI (Irán-Pakistán-India) y apostar por el gasoducto TAPI (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India). El gas del Mar Caspio pasaría a estar bajo la primacía estadounidense, Rusia e Irán quedarían fuera de juego, y por lo tanto China, que necesita el gas iraní, también quedaría excluida.

El problema es que el Baluchistán paquistaní está dominado por los taliban. Esto esclarece los motivos de EE.UU. para sumar a Pakistán en la “lucha contra el terrorismo” que ya había comenzado con Afganistán. Es una apuesta decidida por la que Pakistán ha reducido sus objetivos a los de Estados Unidos, y por la que el Ejecutivo de Afganistán espera recuperar una autoridad que hace ya tiempo socavaron los taliban. El precio por esta tutela estadounidense aún la está pagando la población de ambos países, víctima de ataques indiscriminados, y subyugada bajo la lucha entre los taliban y unos Gobiernos desprestigiados.

* Publicado por el diario público El Telégrafo (Ecuador)

miércoles, 13 de mayo de 2009

Madres

El 30 de abril fue el 32º aniversario de las Madres de la Plaza de Mayo. El 30 de abril, como cada jueves desde 1977, las Madres se reunieron frente al palacio de Gobierno argentino, la Casa Rosada, para reclamar la vida de las 30.000 personas que desaparecieron durante la dictadura. Son 30.000 hijos que reclaman para sí todas las madres.

Las desapariciones no comenzaron con la implantación de la dictadura en 1976. Los primeros casos datan de 1973, 1974 y 1975, cuando la organización paramilitar conocida como la triple A (la Alianza Anticomunista Argentina) surgió para aniquilar el ala izquierda del movimiento peronista. Creada por el secretario privado de Perón, José López Rega, la triple A vio morir a los pocos meses al presidente de Argentina, quien dejaba un país convulsionado en manos de su tercera mujer, Isabel. López Rega, sin que la viuda de Perón pudiera encarar el mando, dio aún más poder a la triple A, que acabó personalizando un terrorismo de Estado previo al que se consolidó en la dictadura. La Alianza atentó no sólo contra guerrillas urbanas como los Montoneros o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), sino que optó por los asesinatos selectivos contra cualquier tipo de disidencia política o social.

Fue entonces cuando algunas madres comenzaron a encontrarse en ministerios y en cuarteles de policía, preguntando, buscando a los primeros desaparecidos. Con el golpe de Estado de Videla, que daría paso a siete años de un despotismo genocida (1976-1983), los perseguidos aumentaron, y las matanzas también. Las Madres se vieron obligadas a disimular sus encuentros, porque la represión pasaron a sufrirla en carne propia. Muchas fueron encarceladas, torturadas, desaparecidas. Con la dictadura no se jugaba, y ellas comenzaban a ser visibles en el extranjero, a ser atendidas e invitadas a otros países para formular en voz alta la súplica que la saña de aquellos años no pudo acallar: querían recuperar a sus hijos con vida.

Aquellas reuniones de cada jueves pasaron a ser sustituidas por otras esporádicas en donde trataban de reconocerse, de reencontrarse, de organizarse para no dejarse vencer por el miedo. Y cuando podían volvían a la plaza. “Aquí no se viene a llorar”, decían cuando se incorporaba una nueva madre. “Aquí se viene a luchar”. Apretaban los dientes, y seguían desafiando a un sistema criminal que no acababa de vencerlas.

El pañuelo blanco en la cabeza pasó a identificarlas. Un emblema níveo que reemplazó lo que en realidad utilizaron por primera vez para reconocerse como Madres: un pañal, como tantos otros recuerdos que muchas conservaban, el pañal de sus hijos como el símbolo que las uniría bajo un mismo pedido de ayuda.

Y por fin crearon la Asociación de las Madres. Esta institución ha pasado a ser el instrumento social por el que realizan una labor inspirada en los hijos. “Nosotras estamos enamoradas de ustedes”, les dicen. Todos los proyectos que realizan siguen la estela que ellos dejaron. Una universidad, una radio, un centro cultural y proyectos sociales como Compartiendo Sueños (plan de construcción de viviendas por medio de la contratación de personas excluidas del sistema) o como el CEMOP (Centro de Estudios Económicos y Monitoreo de Obras Públicas) han nacido gracias a ellos, porque sus hijos han sido la razón que hoy alienta su trabajo. En su nombre impulsan el cambio social, político y humano que ellos buscaban y que los militares trataron de impedir. Así los honran. Así las madres son el medio a través del cual sus hijos se expresan. Por eso, dicen, ellos han vencido a la muerte.

En una cosa son muy firmes. Las madres no luchan por sus propios vástagos, sino que cada una ha adoptado como propios los desaparecidos de las demás, de modo que ahora son madres de 30.000 hijos. Siguen reclamando su aparición con vida, y no admitirían los cuerpos ni ninguna compensación económica. Sería un modo de decir que están muertos, y ellas insisten en que están más vivos que nunca, vivos en su quehacer diario que a ellos se debe. “Nosotras estamos embarazadas de su ejemplo, de su entrega, de su generosidad, embarazadas para siempre”, afirman.

La dictadura militar acabó por desplomarse, pero las Madres todavía se reúnen, y siguen representando la transformación social de la que es testigo su obra. Cada jueves podrán ser encontradas en la Plaza de Mayo, aunque con el paso del tiempo el grupo compacto que era en antaño vaya aclarándose, con madres que ya son ancianas y otras que no podrán volver. Pero no es un motivo de desaliento. Saben que son representadas por el resto, que cada semana tiene una cita para gritar en nombre de todas las madres que sus hijos existen y existirán de por vida.

lunes, 11 de mayo de 2009

Movimiento en Buenos Aires

Con ya dos semanas en Buenos Aires, puedo afirmar que esta ciudad no deja de ser acogedora. Permite la conversación espontánea, la curiosidad respetuosa hacia un extranjero que descubren enseguida “por la tonada española”, como ellos dicen. Hoy, por ejemplo, me aproximé a una tienda de frutas y verduras y esperando a que una señora fuera atendida escuché la conversación que ésta mantenía con la dependienta, que debía de ser boliviana. La señora, ya mayor y muy bien vestida, se dirigió a ella por su nombre de pila, y le comentó que tenía ganas de volver a su casa porque se había caído el día anterior, venía del médico y tenía ganas de descansar tras un tropezón que no había tenido mayores consecuencias, pero que a su edad asusta. Cualquier comentario que me vino al vuelo le sirvió para dirigirse a mí, preguntarme de dónde era, y qué hacía en Buenos Aires. Le respondí gustosa y ella me miraba muy atenta y asintiendo. Hizo por irse, y mientras yo estaba eligiendo ya unas cuantas mandarinas, volvió sobre sus pasos y me preguntó que dónde vivía. Cosas que pasan, no era que yo recordaba el número de mi portal, pero le indiqué por dónde estaba ubicada. Me preguntó mi nombre y me dijo que si ella llegaba a enterarse de algún trabajo en periodismo me iría a buscar.

¿Es tan natural este tipo de encuentros en Europa?

Cualquier pregunta de ubicación por la calle es atendida sin prisa y con las indicaciones precisas. Y si yo de regla general pregunto mucho, en una ciudad que todavía no conozco, mucho más. Llevo un mapa, claro, y el sistema de transportes público te acerca a casi cualquier parte, pero siempre toca caminar. Y aquí una manzana son como dos de Madrid. O esa es la impresión. Me he dado cuenta de que tardo al menos 45 minutos en llegar a cualquier parte, aún estando por el centro. El metro lo tengo al lado así que suele ser la opción más fácil, pero como medio de transporte tiene la capacidad de absorber toda la energía con la que uno empieza. Suele estar abarrotado de gente, es oscuro, con sistemas de ventilación precarios y en los vagones hay por definición un ruido ensordecedor que impide cualquier charla tranquila.

Por otra parte, la gente no está acostumbrada a dejar paso en las escaleras mecánicas. Se ponen de manera aleatoria en la izquierda y en la derecha ocupando todo el espacio, así que las prisas deben ser contenidas. Se me había ocurrido ir proponiendo a todos los que se pusieran en la izquierda la idea de que se colocaran en la derecha, dado que a ellos les da igual ponerse en un lado o en el otro, y así contribuyen a que los que queramos vayamos subiendo por la izquierda. Al final he desistido. He decidido que mis ganas de cambiar el mundo no tienen por qué empezar precisamente en el metro.

Se crean situaciones muy peculiares en este “subte”, como así lo llaman. Dado que tanta gente lo utiliza, no es difícil que en horas punta pasen trenes y trenes en donde la gente va tan apretada que caras y manos se agolpan en las ventanillas, como en pedido de auxilio. Lo único que pasa es que van apretados como pollos asfixiados. En una ocasión, estaba esperando en una estación a que viniera el tren. Tuve que dejar pasar dos porque consideré imposible la idea de abrirme paso dentro de la marea humana encajonada dentro de los vagones. Al tercero conseguí subir, y en ese momento me llamaron por teléfono. Hablé apenas un minuto, y cuando colgué, una señora me ofreció un asiento que había quedado libre. La mujer era ya mayor y llevaba un carro, pero el asiento se lo ofrecía a la joven de pie “porque es ud. extranjera y es nuestra manera de darle la bienvenida”. Silencio absoluto en todo el vagón, todo el mundo mirando, y yo no pude hacer otra cosa que sonreír avergonzada y rechazar muy amablemente el ofrecimiento.

¿Habría sido posible eso en Madrid?

Estos porteños... tienen muchas particularidades, que iré relatando. Pero se dejan querer.

El peligro del miedo*

Ya lo decía Naomi Klein en La doctrina del shock. El siglo XX y el XXI han dado ejemplos magníficos de cómo crisis reales o provocadas son utilizadas, como golpe de efecto, para aturdir a los ciudadanos y así abrir el camino a la imposición de programas económicos y a la restricción de derechos civiles. Ha sido una manera inteligente y efectiva de imponer un capitalismo agresivo, que de otro modo hubiera sido rechazado. Y he aquí que en medio de la vorágine de la crisis, que es desde hace tiempo un dolor de cabeza en los países europeos y en Estados Unidos, surge una gripe que de golpe y en apenas unos días ha dejado al mundo tiritando.

Han sido las afirmaciones de algunas autoridades de renombre las que han hecho extender el pavor de una posible pandemia. El Centro de Prevención y Control de Enfermedades de la Unión Europea (ECDC por sus siglas en inglés) se atrevió a decir que el virus AH1N1 podría afectar entre al 40 y 50% de la población europea. Pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que no hay un contagio generalizado ni en Asia ni en Europa, por lo que resulta raro que el Gobierno de Bélgica ya haya decidido vacunar a todos los habitantes del país –lo que tendrá un coste de al menos 150 millones de euros.

España, ágil también en según qué iniciativas, ha firmado un acuerdo de colaboración con los laboratorios Roche para conseguir nuevas dosis. Sin embargo, ninguna de las 93 personas infectadas en aquel país está hospitalizada. ¿Por qué los han mandado a casa si de verdad existe el riesgo de propagación?

En realidad, y según el último parte de la OMS, hay más de 4.000 afectados en 29 países. Desde que se dio la voz de alarma, han fallecido 49 personas, pero no se sabe ni quiénes son ni en qué condiciones vivían como para afirmar con rotundidad que su muerte fue provocada sólo y exclusivamente por el virus. Se desconoce si intervinieron variantes como alguna otra enfermedad, la edad, o simplemente, la precariedad de las condiciones en las que podían vivir.
De esta gripe que ha provocado tanto pánico, ni siquiera puede decirse que provenga del cerdo, porque como ya ha reconocido la OMS, su origen no queda claro. No se descarta, en suma, que pueda ser un problema de salud pública, pero la gran parte de los medios de comunicación han dado poco lugar a la reflexión y han alimentado el miedo a una trasmisión desbocada del virus. Los análisis apresurados y el espanto que han provocado los titulares fatídicos constituyen la mejor publicidad para las farmacéuticas, que ya han recibido pedidos millonarios en todo el mundo.

Conste, en cualquier caso, que una afección tan frecuente como la gripe común causa al año unas 250.000 muertes en todo el mundo, como admite la comisaria europea de Sanidad Androulla Vassiliou. Y nadie se ha alarmado hasta ahora por eso. También es poca la atención que se brinda a enfermedades mucho más peligrosas y mortíferas, que no sólo se desvían del interés de los laboratorios, sino que también son de poco atractivo para la prensa.

Entre tanto, la histeria generalizada ha dado sus frutos. Y si mientras el pueblo tiene circo, mejor que mejor.

Artículo escrito para el diario público El Telégrafo (Ecuador).

Despidos indiscriminados y a voleo: la nueva política que impulsa el Gobierno de Argentina*

 No hubo una evaluación de su desempeño, ni un aviso de advertencia. Carolina Salvatore, una empleada de la Secretaría de Educación de Arge...